Mónica Batán, deportista popular y cofundadora de la ONG Wanawake Mujer.
Había una vez una carrera cuyos dorsales volaban. Eras afortunado/a si en el primer intento lograbas conseguir uno de los 200 disponibles. Rara era la persona que no repitiera. Nunca ibas solo, siempre en grupo, una carrera de esas que son la excusa para compartir un día diferente, un día de esos que no se olvida. Con amigos, en familia, en pareja, todos los formatos tienen cabida para no tener excusas para escapar de sus garras.
Este año anda escasa de inscripciones y yo, una fanática de esta carrera desde que participé por primera vez en 2010, me pregunto por qué. ¿Muchas carreras, el mismo día? ¿no ser puntuable para las competiciones del circuito de carreras de montaña de Guadalajara?, ¿ha perdido su tirón?
No, no lo creo. Quiero desvelaros su magia y convenceros para participar.
21,097 kilómetros en la preciosa zona de los pueblos negros de Guadalajara (una vuelta al pasado) y un desnivel acumulado de 1900 m (hasta la cumbre del Pico Ocejón de 2049 m). Hasta aquí nada excepcional en lo deportivo. Pero lo excepcional es que es de las pocas carreras de montaña que quedan en la que realmente llegas a un pico. Después de pasar una cresta uno/a a uno/a (no caben más), llegas al punto geodésico, lo más alto. Y allí está el mítico del primo de mi amigo Carlos Mínguez (héroe local con 43 maratones en sus espaldas, y que ha corrido desde la primera edición incluso tras un grave problema coronario) esperándole con una cerveza en la mano. Ya sé que no es muy deportivo, pero sólo es un traguito de cebada, y es más el cariño de ver a tu primo año tras año esperándote. Y es que esa es otra de las cosas que hacen a esta carrera excepcional, que a lo largo de los 21 kilómetros encuentras vecinos animando. No se conforman con la salida y la meta, quieren vivir todo el camino. Y es que ellos son los verdaderos protagonistas, esos vecinos que se unen para año tras año, de forma voluntaria, organizar todo el tinglado.
Y seguimos con su gente. Cada año acude el grupo de los Piratas. Muy peculiares, grandes atletas, que podrían ir al ritmo que quisieran, pero prefieren ir con su jamón y su bandera pirata empujando a los últimos, repartiendo jamón para darles energía, y con un objetivo «al revés», ser los últimos en llegar a meta.
Los/as corredores/as no llegan nunca con la hora pegada. De hecho prefieren llegar temprano para disfrutar del ambiente de la plaza del pueblo desde el que se da salida a la carrera al ritmo de un cencerro. Una plaza sin asfaltar, un inmenso jardín para que los más pequeños/as disfruten, se sientan libres, tan libres como sus familiares sin el temor a ningún peligro. Puestos con productos de la zona, miel, mermelada, productos caseros, comercio justo, artesanías solidarias…
Esta carrera hace además una apuesta clara por la educación en valores a través del deporte y el juego. La ONG Wanawake realiza actividades dirigidas a los/as menores que acuden a esta cita deportiva, junto con sus familias, combinando la promoción de hábitos saludables con el deporte, con el fomento de valores asociados a la convivencia (tolerancia, respeto y solidaridad). Divertidos talleres, juegos y dinámicas y, la actividad estrella de todas las ediciones: la carrera infantil del “Ocejón Chiqui” en categoría chupetines (2 a 6 años) e infantil (6 a 14 años). ¡A punto estamos de superar al número de corredores adultos! De este modo, mientras los/as mayores corren, los menores y sus acompañantes también disfrutan mientras esperan.
Año tras año veo como llegan familias enteras, como si del día más grande del año se tratara. Los/as más pequeños/as se sienten como exploradores, duermen en tiendas, viven al máximo la libertad del campo.
Y no puedo dejar de nombrar al gran promotor de la carrera Fernando Barbero. No pierde fuerza en su voz para nombrar uno a uno, una a una, a todos y todas las corredoras que entran en meta, animarles y darles su merecido abrazo. Porque el esfuerzo tiene su recompensa: el calor de la gente a la llegada.
Esta carrera no tiene premio en metálico para los ganadores, sólo la gran satisfacción. La pequeña iglesia del pueblo es el podium que acoge uno a uno a todos y todas los y las «finisher». Y como bien decía algún refrán popular, «los últimos serán los primeros». Son los que han cruzado la meta en último lugar los que primero suben al escenario y el último, el ganador. Todos reciben el mismo premio: una preciosa artesanía hecha por algún artesano/a de la zona y el caluroso aplauso de toda la gente allí congregada.
Y después, una gran cena compartida, música en directo, alegría y fiesta, hasta que el cuerpo aguante. Y por la mañana desayuno para reponer fuerzas.
¿Quién da más?
Da igual que ya no esté dentro del circuito de carreras puntuables. Da igual que ya no se preste a la competición. Tiene mucho más: valores de convivencia, compañerismo y, hasta diversión. Sí, una gran diferencia, porque cada día veo más carreras en las que mucha gente ya no se divierte, solo compite. Yo volveré año tras año porque siempre la recordaré como la meta en la que más querida me he sentido tanto en lo personal como deportista, como en lo profesional como WANAWAKE. Y cada año me acompañan muchos amigos y amigas, deportistas y no deportistas, porque esto es mucho más que una carrera.
WANAWAKE ESTE AÑO TAMPOCO SE LO PIERDE. ¿Nos acompañas?
SÁBADO 02 DE JUNIO DE 2018,
17:00 ROBLELUENGO (PARQUE NATURAL DE LA SIERRA DE GUADALAJARA).
Jo Moni, me has emocionado! jajajaj que bueno y que guay todo lo que cuentas. Yo puedo opinar por la parte familiar, correr nunca he corrido (seguro que es una auténtica pasada). Pero la experiencia de ir con la familia y ver como los niños disfrutan de verdad en un entorno precioso es muy buena.
Pues nada, nos vemos pronto! nosotros repetimos, ya es una cita obligada en junio.
Un beso fuerte,
Gracias Andrés! Para mi ver la cara de tus peques y tus sobrinos es toda una inspiración… gracias por estar toda la familia cada año!