Mercy y Agnes
Educación superior para las niñas, una oportunidad con muchos desafíos y estigmas.
Kenia es uno de los países más avanzados de África Subsahariana en la lucha contra la mutilación genital femenina (MGF). En 2011 su gobierno la declaró ilegal y en 2019 su presidente, Uhuru Kenyatta, se comprometió a erradicarla en 2022, ocho años antes de lo que marca el quinto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de la agenda 2030.
Durante los últimos años, los avances han sido notables, y existe un enorme consenso en radicar el éxito en la educación. Educar para salvar la vida.
Mercy y Agnes Letura son dos jóvenes hermanas masai de 22 y 23 años, que han sido el ejemplo de este éxito, ya que con una edad temprana se escaparon de la mutilación y fueron acogidas en el centro de Rescate de Tasaru Ntomonok (Rescate a la Mujer en lengua masai), dirigido por la activista Agnes Pareyio, la primera mujer parlamentaria de un condado (Narok Norte) y principal responsable del gobierno en la lucha contra la MGF. Ellas plantaron cara a su destino y rompieron con esta tradición que vulnera sus derechos más básicos, cuando sólo tenían 11 y 12 años, a tan solo 5 minutos de ser mutiladas. Ambas fueron atendidas de manera integral y escolarizadas con la ayuda en el pago de las matrículas de ONGs españolas como Wanawake Mujer, lo que ha sido un salvavidas para ellas.
La irrupción de la COVID-19 supuso un duro golpe en los avances logrados a nivel nacional, rompiendo ese objetivo de cero casos en 2020 y una de las principales causas ha sido la falta de acceso a la educación por parte de las niñas durante estos meses.
En marzo de 2020 el gobierno de Kenia decretó el cierre de las escuelas para frenar el avance de la pandemia. Esta decisión abrió la puerta de par en par a los defensores de esta práctica que continúan cortando a las niñas de forma oculta.
En esa etapa, tanto Agnes como Mercy, vieron muy comprometida su seguridad.
«Cuando la pandemia llegó, la escuela cerró. El centro de rescate de Tasaru estaba saturado de niñas que no queríamos regresar a nuestras comunidades, ya que habíamos roto relación y estábamos enfrentadas a ellas. No pudimos quedarnos allí, así que no tuvimos más remedio que marchar a nuestras aldeas. La vuelta no fue segura ni agradable, pero tuvimos que aguantar porque no teníamos dónde estar. De nuevo el riesgo de la mutilación merodeaba en nuestra cercanía», asevera Mercy.
Mercy y Agnes en el centro de rescate de Tasaru en período de vacaciones, antes de la pandemia y del embarazo
Las medidas de confinamiento y cierre de las escuelas han supuesto un aumento de los casos de MGF, ya que los centros educativos, además de formación, ofrecen seguridad y prevención para las menores, que se encuentra en su mayoría en régimen interno. En un ámbito como el rural, donde vive el 74% de la población, la desprotección es mayor ya que el arraigo de la práctica de la MGF es muy fuerte (el 85% de las mujeres pertenecen a ese este entorno). Las familias tienen miedo al rechazo social; la pobreza impulsa una práctica que precede a un matrimonio con el que recibirán una dote; las redes de protección se debilitan y los servicios de educación sexual y reproductiva se pierden.
A pesar de que en enero de 2021 el Gobierno del país abrió nuevamente las escuelas, en parte presionado por ese incremento de casos, para Mercy y Agnes fue demasiado tarde, ya que ambas quedaron embarazadas.
En Kenia, las tasas de embarazo adolescente son muy altas. Ya antes de la irrupción del coronavirus había casi un millar de embarazos diarios. Los confinamientos agravaron esas cifras: sólo en los primeros cinco meses de 2020 casi 152.000 jóvenes menores de 19 años se quedaron embarazadas, de acuerdo con una encuesta realizada por el Sistema de Información de Salud nacional; esa cifra podría haberse duplicado desde entonces. Una de cada cinco adolescentes en Kenia, el 20 %, está embarazada o ya ha tenido a su primer hijo.
El embarazo temprano tiene un impacto directo en la educación. En Kenia el 98% de las adolescentes que quedan embarazadas dejan los estudios y carecen de medios para criar a sus bebés. En algunas comunidades se las estigmatiza, se las aísla del resto. La gente las considera promiscuas e irresponsables. Los padres las rechazan totalmente. Muchas optan por abortar sin condiciones de seguridad, porque esta práctica es ilegal en Kenia. De este modo, se ven forzadas a abandonar sus estudios para buscar la manera de sobrevivir. Y no es fácil criar a un hijo/a sola. Algunas pueden caer en depresión, e incluso intentan suicidarse.
Embarazos que, en muchas ocasiones, son provocados por las situaciones de necesidad de la población: en febrero de 2021, un informe del Consejo de Población sobre las repercusiones de la covid-19 para los adolescentes en Kenia observaba que una parte de las niñas de esa franja de edad había mantenido relaciones sexuales a cambio de dinero en el último mes. El documento también señalaba que, en los primeros seis meses de la pandemia, casi el 75% de ellas declaró que se saltaba comidas porque su familia no podía comprar alimentos. En lo que respecta a los servicios sanitarios y la higiene menstrual, el 50% de las entrevistadas no había podido disponer de compresas desde que empezó la crisis sanitaria.
Y en ese entorno de rechazo se encuentran las hermanas Letura.
Agnes confiesa, «el novio te da dinero para comprar compresas, te promete protección, etcétera, pero espera algo a cambio, en un momento en el que no tenemos acceso a métodos anticonceptivos. Desde que di a luz, no cuento con su apoyo, por lo que me veo forzada a seguir viviendo con mis progenitores». Mercy asevera que cometió un error al quedarse embarazada, pero no quiso abortar. El padre de su bebé, no obstante, la apoya económicamente, ha logrado salir de la aldea con su bebé, pero a duras penas logra sostenerse. Ambas tienen una situación más complicada que otras niñas ya que se escaparon de la mutilación y el odio ahora es doble. Agnes, que tiene una niña, no duerme ante la sola idea de que su pequeña Lara pase por lo mismo que ella.
Los expertos se han hecho eco de los embarazos de adolescentes derivados de la convivencia de las niñas con personas que han abusado de ellas o han utilizado las relaciones sexuales como moneda de cambio para cubrir sus necesidades básicas. Las niñas como Agnes y Mercy, que ya no tienen padres que las protejan y cuiden de ellas, ya que las han repudiado, son algunas de las más vulnerables.
En palabras de Mónica Batán, directora de la ONG Wanawake, «Los hombres y los chicos se aprovechan de ellas ofreciéndoles, por ejemplo, sustento y ayuda presionándolas respecto al sexo y, durante ese proceso, muchas se quedan embarazadas».
Casi 1 de cada 3 chicas menores de 18 años experimentan alguna forma de violencia sexual en Kenia, y hasta un 68% de niñas en edad de escolarización han admitido tener relaciones sexuales bajo coacción. Son cifras que demuestran que la violencia de género es endémica y global. Se convierte en un estigma para ellas, no sólo de cara a sus familias, sino también fuera de éstas. Mercy y Agnes consiguieron una beca para continuar sus estudios superiores, gracias a una organización americana; pero se la han retirado, por «incumplir» el compromiso adquirido de no quedarse embarazadas.
Para Mónica Batán «la decisión de esta organización de retirarles el apoyo supone no entender a la sociedad keniana, y provoca una revictimización de las niñas. Niñas que han sufrido suficiente por huir de la mutilación, que ven la educación como única alternativa para sobrevivir de una manera digna y que, en una situación tan difícil como es el embarazo adolescente, siguen poniendo todo el esfuerzo por no desistir en sus estudios, y que no lo logran por falta de recursos. Desde Wanawake vemos imprescindible apoyarlas».
«Sé que tener una diplomatura es mejor que no tener nada, pero conseguir un trabajo con un diploma aquí en Kenia es muy difícil en comparación con una persona que tiene un título superior. Las empresas considerarán antes contratar a una persona con un título, que a una persona con un diploma, y más si eres mujer», comenta Agnes.
Mercy y su bebé Elon Melau; Agnes y su hija Lara
Ninguna de las dos logra recursos para dar el salto final hacia una educación que le cambie la vida, y le saque de la economía informal con el acceso a un trabajo digno. A pesar de todo su esfuerzo por compaginar embarazo, cuidados y estudios, en un contexto de extrema peligrosidad, no cuentan con el apoyo suficiente para dar el paso hacia obtener un grado superior. Y con el embarazo, perdieron su oportunidad.
La educación en Kenia y en todos los países es el principal medio de ascenso social. Pero, en Kenia enviar a una mujer a la universidad no es una prioridad ni para la familia ni para la comunidad. La comunidad considera que invertir en la educación de una mujer no es rentable porque, por tradición, cuando se casan se van a vivir al pueblo del marido y no hay beneficios.
Sin embargo, la educación tiene efectos transformadores que afectan no sólo a la vida de las niñas y las mujeres, sino a la sociedad en general. Con educación, las niñas tienen más probabilidades de llevar una vida saludable, tener un trabajo bien remunerado y estar más capacitadas para participar en la vida social, económica, cívica y política. Según la Unesco «Si todas las mujeres tuvieran una educación secundaria, las muertes infantiles se reducirían a la mitad, salvando tres millones de vidas. Y un año adicional de escuela puede aumentar los ingresos de una mujer hasta en un 20%. Educar a niñas y mujeres es una inversión inteligente para el futuro».
«Cuando te llaman para una entrevista de trabajo, acuden muchas personas y te seleccionan en función de tu nivel de educación y experiencia, por lo que tener un título superior hará que te elijan ante una persona con un diploma», además «me encantaría tener un título porque quiero continuar mis estudios para aprender más y obtener más conocimiento en el campo en el que quiero especializarme» recalca Mercy.
Agnes y Mercy
Wanawake Mujer conoce la necesidad de apoyar a las niñas durante todo su proceso educativo. Sostener una beca para una niña para salvar su vida es importante, pero salvar su futuro en una edad más adulta se convierte en todo un reto. Por eso, queremos ampliar el Fondo «Becas para el No», dirigido a menores que han dicho No a la MGF y al matrimonio forzado hacia la educación superior.
Hasta ahora hemos apoyado a niñas (20 en estos dos últimos años) en primaria y secundaria, pero queremos ampliar esa necesidad y apoyar a estas jóvenes en el acceso a la educación superior, especialmente cuando más lo necesitan, tras su embarazo.
Todas las aportaciones recibidas se sumarán a este fondo, ayudando a la contraparte local en la escolarización de todas sus niñas, sin generar competencia entre ellas y priorizando las más urgentes.
Queremos implicar, no sólo a personas individuales, sino también a la comunidad educativa, a través de convenios con universidades, institutos, y otros centros educativos, convencidos de que «La educación no solo es un derecho fundamental, sino también una fuerza de transformación económica, social y política. Tiene el poder de crear un mundo más justo, próspero e inclusivo para todos nosotros» (UNESCO).
Frente a la violencia más radical, este 25 de Noviembre y cada día: «Becas para el No».
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Mónica Batán Zamora, Directora y Socia Fundadora de la ONGD Wanawake Mujer.
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